Nadie ni nada definen mejor su obra que él mismo, como dejó escrito en unos versos que, en cierta ocasión y sentados al calor de la mesa camilla, me leyó, y que una vez ya fueron públicamente recordados por mí y que hoy vuelvo a querer hacer: “Me gusta hundir / mis manos en el barro /Sentir su tacto suave, / pegajoso y húmedo / Con el mazo de encina golpearlo /amasarlo con tesón / sobarlo con mimo /amorosamente / hasta tenerlo a punto de que la masa informe tome vida / pensando en la escultura soñada de antemano en mis silencios / Y maltratarla con el boj y el hierro duro / para después acariciarla / suavemente / lentamente / como harías con la mujer querida / hasta sentir que tienes cerca / la meta proyectada / que has hecho realidad tus fantasías”.