Agustín, mi amigo. Angel Corrochano

Cuando la familia me propuso que escribiera unas líneas sobre Agustín, acepté de inmediato sin tener en cuenta la dificultad que entraña resumir su personalidad, sin caer en trazos excesivamente gruesos. Por mi formación en el mundo de las Ciencias me limitaré a reseñar solo algunos aspectos de “Agustín el hombre” y dejar su faceta […]
mayo 30, 2022
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Blog de Agustín Casillas

Cuando la familia me propuso que escribiera unas líneas sobre Agustín, acepté de inmediato sin tener en cuenta la dificultad que entraña resumir su personalidad, sin caer en trazos excesivamente gruesos. Por mi formación en el mundo de las Ciencias me limitaré a reseñar solo algunos aspectos de “Agustín el hombre” y dejar su faceta como artista, “el escultor del alma charra”, en manos de aquellos que han estudiado su obra y escrito sobre ella –J. L. Puerto; A. Sánchez Zamarreño; F. Morales; y S. Núñez, entre otros–. Sin embargo, soy consciente de que ambas caras, hombre y artista, están indisolublemente ligadas, y también entiendo que no es necesario ser un experto en arte para describir la belleza y sentir el mensaje que quiere trasmitir el artista; valgan de ejemplo los comentarios que escribieron sus compañeros del Centro de Estudios sobre las esculturas de Agustín expuestas en los espacios públicos salmantinos. Por eso, y porque su obra ya es de todos, procuraré, sin invadir otras parcelas, recordar al amigo artista. De cualquier modo, ojalá que estas líneas contribuyan al homenaje que esta exposición rinde a su labor.

Conocí a Agustín en el año 2014 cuando preparábamos la edición de su discurso de ingreso en el Centro de Estudios Salmantinos. Ciertamente, disfruté de su afecto poco tiempo. Pero eso no fue óbice para que nuestra amistad se fraguara desde el primer día, asentando sus raíces y creciendo deprisa; justificando como dice Pessoa que “El valor de las cosas no está en el tiempo que duran, sino en la intensidad con la que suceden. Por eso hay momentos inolvidables, cosas inexplicables y personas incomparables”. Eso fue Agustín, una persona incomparable que, desde entonces, perdura en mi recuerdo. Es imposible olvidarle. Mientras vivió, por los momentos tan gratos que conservo de Él con otros amigos, festejando la hora del aperitivo; y después…, después no es posible pasear por nuestra ciudad sin recordarle, porque sus esculturas están repartidas y presiden muchas calles, plazas y jardines.

               Agustín era un hombre sencillo que aspiraba a la felicidad en una vida con pocas cosas, y entendida siempre, como empresa compartida con los demás. El procedía del pueblo y nunca lo olvidó. Por eso, su obra rezuma pasión por el terruño, lo rural y sus gentes, que inspiraron siempre sus creaciones y que supo materializar de diversas maneras con gran maestría–el segador, el campesino, la huida, el caminante, alegoría al ahorro, homenaje al arado, refugiados…–. Además, Agustín era un hombre muy afectivo que disfrutaba observando a la gente para después moldearla y esculpirla en barro, piedra u hormigón, reconstruyendo sus mundos con amor y rigor, y dejando traslucir el respeto tan exquisito que tenía por las formas de vida, costumbres, tradiciones e identidades de “Nuestra gente”, como gustaba decir. En palabras de Francisco Morales “Miradas profundas llenas de amor, de nostalgia; imágenes con historia propia –el tamborilero, el estudiante, el viajero, el cantero, el tratante…– que se convierten en historia común, en la historia que todos hemos vivido y que quedan como testigos de un tiempo que va pasando”.

Pero, sus esculturas no solo representan a los arquetipos populares de nuestra gente. Su amor por Salamanca le llevó a extraer de la Literatura y la Historia a ilustres personajes –El Lazarillo, La Celestina, Príncipe D. Juan, Diego de Torres Villarroel, Unamuno–; o extraer de la mitología a algunos personajes de indudable valor didáctico –Minerva, Diana Cazadora, El Rapto de Europa–.

Recordar a Agustín sin poner de relieve su carácter vitalista, sería injusto y daría una imagen suya parcial y sesgada. Era un hombre optimista que amaba la vida, a la que permanentemente se aferraba y consumía a bocanadas. Su pasión por la belleza se materializaba en lo femenino. Agustín adoraba y sentía fascinación por las mujeres, las cuales, también son motivo central en su escultura. En sus imágenes, muy variadas y algunas encadenadas con nuestra gente, plasmó de un modo entrañable aquellos matices del carácter femenino que Él tenía idealizados y por los que sentía una curiosidad irresistible: su gracia, su encanto y su albedrío –mujer con mantón, mujer al viento, bañista, náyades–; su dulzura –Mi Madre, maternidades–, su trabajo –campesina, segadora–, e incluso, la autoridad que a veces irradian –la jefa–. En todas las esculturas se percibe, como apunta José L. Puerto, “un acercamiento amoroso por parte del artista y lleno a la vez de respeto, de intensidad, aunque matizada por un pudor y una sobriedad muy característicos de la Meseta”.

Al contemplar el trabajo de Agustín, los más jóvenes –que ya son de otro tiempo– descubren asombrados su extraordinaria calidad; y a través de los arquetipos populares rememoran las formas de vida, no muy lejanas, de nuestros padres y abuelos. Sin embargo, sus amigos notamos además su presencia, que algo mitiga la nostalgia de su ausencia; y nos reafirmamos en nuestro sentimiento de orgullo por haber disfrutado de su amistad.

Gracias Agustín, por tu ser y estar que siempre permanecerán en nuestro recuerdo.

ÁNGEL CORROCHANO SÁNCHEZ

Salamanca, junio 2021

 

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