El brazo de la muerte ha detenido tu mano… partes a la eternidad. En esta ciudad de la memoria por la que caminamos alrededor de tus recuerdos que son los nuestros. El niño llora en su columna del parque porque su avión nunca partirá de sus manos y la Náyade no abandonará su lecho de lágrimas. La tristeza por la nostalgia de tu partida caminará con Lázaro de Tormes por la orilla del río en este otoño que no nos da tregua y el Infante Don Juan seguirá en su lecho esperando las miradas de los que no te conocieron, mientras Europa sujeta el ímpetu del toro junto a los niños en la Alamedilla y la Celestina seguirá con su intriga recordando a Melibea en el huerto de sus encuentros.
Los que habitamos la ciudad nos hemos acostumbrado tanto a ella que muchas veces pasamos al lado de sus edificios, paseamos por sus calles, entramos en sus monumentos, la recorremos a lo largo y a lo ancho y apenas nos encontramos con ella. Los itinerarios que de ella trazamos son tan previsibles, que excluyen la sorpresa y muchas veces pensamos que la conocemos porque creemos reconocerla por sus perfiles o por su trazado pero somos poco atentos a los valores poéticos, a la realidad histórica que sostiene su memoria. Es necesario, inventar la ciudad, hacer que la ciudad sea real, ciudad que emocione y conmueva, para cada uno quedará la tarea de mirarla con ojos nuevos, hacer de la ciudad una propuesta estética y pasear por ella como si fuera la primera vez.